Entre la consciencia y la emoción. De Iván Ballesteros, experto en Neurociencia
A pesar de que creamos que nos pasamos la mayor parte del día tomando decisiones, en muy raras ocasiones somos conscientes de ello. Y no me refiero a decidir acerca de si me pongo azúcar o sacarina en el café, de si voy en metro o en autobús al trabajo, o de si pasaré el fin de semana en la playa o en la montaña, o a lo mejor sí… pero antes de entrar en cómo nuestro cerebro estructura este tipo de decisiones tan racionales, me gustaría reflexionar acerca de esas decisiones a las que de manera inconsciente nos enfrentamos todos los días y a todas horas.
Ninguna de estas decisiones se piensa, ni nuestras vegetativas e imprescindibles respirar o modular el ritmo cardiaco, pasando por las ocasionales parpadear o estornudar, ni tampoco las automatizadas conducir, subir escaleras o vestirnos. Nada de esto se piensa, lo que no quiere decir que no podamos elaborar un pensamiento bien estructurado sobre estas acciones. Este pensamiento, aunque creamos que pertenece al aquí y al ahora, es simplemente pasado, o puede ser futuro, pero nunca será presente.
Me refiero con esto a que, en el caso de una acción automatizada como abrocharse los botones de una camisa podemos pensar “voy a abrocharme los botones”, y eso es un pensamiento que se anticipa a esta acción, y ese pensamiento, como tal, ha necesitado de una elaboración cortical y ha pasado a formar parte de la consciencia. Esta decisión podría parecernos sencilla, aunque detrás de ella podemos encontrar miles de factores que nos han impulsado a llevarla a cabo, desde la emoción, la motivación o, incluso, nuestros instintos, hasta el contexto sociocultural o la percepción de nuestra imagen. Una vez finalizada la acción de abrocharnos los botones, podemos pensar “me he abrochado todos los botones y estoy tapado y listo para salir a la calle”.
Este pensamiento tampoco es presente, sino que se ha elaborado unos segundos después de abrocharnos el último botón. De hecho, todo pensamiento consciente que no sea una anticipación o proyección futura pertenece al pasado. Esto es pura fisiología, la consciencia requiere de un tiempo de integración de aproximadamente medio segundo, y una vez que somos conscientes de algo podremos elaborar un pensamiento sobre ello. Pero la conciencia no es ni muchos menos imprescindible para la vida, aunque sí que lo es para darnos cuenta de que estamos viviendo.
La supervivencia se consigue sólo si nos adaptamos al entorno en el que vivimos. Los reptiles, por ejemplo, fueron los primeros en conseguir generar una imagen de su entorno para poder interaccionar con él. Todo esto se consiguió gracias a una buena integración de los estímulos externos captados por los órganos sensoriales con las neuronas del cerebro reptiliano. Este cerebro funciona 20 veces más rápido que la función consciente, permitiéndonos reaccionar ante una situación peligrosa, potencialmente dañina, de manera rápida. A lo largo de la evolución, parte de las estructuras del cerebro reptiliano se integraron y ampliaron en nuestro cerebro mamífero, en el cual, además, apareció la emoción como mecanismo para avisarnos de algo de una manera rápida. En menos de un parpadeo podemos sentir una emoción.
Intentemos pasar por un momento una acción automatizada e inconsciente a la consciencia. Esta acción, tras un proceso de aprendizaje, se ha asociado a un tipo de memoria denominada memoria procedimental, de la que no necesitamos un control consciente.
Imagínate pensando en cómo te abrochas todos y cada uno de los botones de tu camisa, imagínate calculando con precisión milimétrica los vectores espaciales que deben trazar nuestras manos para que en un instante determinado el ojal y el botón se encuentren. A su vez, la inclinación del botón en su proximidad al ojal debe ser la correcta para que pueda atravesarlo. Y por favor, no nos olvidemos de la aceleración precisa que nuestra mano debe imprimir al botón para facilitarle su paso por el preciado ojal. Así botón tras botón, decidiendo de manera consciente todos y cada uno de estos movimientos.
O lo que es lo mismo, una locura, un suicidio evolutivo en donde los costes-beneficios de esta acción producirían una presión evolutiva enorme a favor de las personas que vistan camiseta, mientras que los que llevan camisa se extinguirían, pues dejaron de estar en el aquí y el ahora.
Aún así todo es lícito, ¿qué más da extinguirse si has vivido? Y esto no lo digo desde el egoísmo, ¿a caso no es más egoísta querer vivir para siempre? Lo que preocupa de esta acción es que la consciencia, además de lenta, es subjetiva, asociada a nuestras experiencias y percepciones que determinarán a qué prestamos atención y qué es lo suficientemente importante como para almacenarlo en la memoria consciente. Esto es lógico, cuanto más nos abstraemos, más lejos estamos del aquí y del ahora. Esto también es bello, nos permite desarrollar cosas tan maravillosas como el arte, la filosofía o la ciencia. El reptil casi roza el aquí y el ahora, pero sólo se guía instintivamente por la supervivencia. La emoción nos pone 300 milisegundos más cerca del aquí y del ahora que el proceso consciente.
¿Y la inteligencia emocional? Esa mezcla entre consciencia y emoción ¿nos acerca más al aquí y al ahora si quiero decidir si voy en metro o en autobús?
La evolución ha conducido al hombre a desarrollar un sistema corticolímbico, lo que permite que la emoción y la consciencia pueden interaccionar entre ellas, modularse, cambiar. Al tipo de inteligencia que modula estos cambios se le ha denominado inteligencia emocional. Ésta, si se entrena, se automatiza, se aprende, nos hace consciente de manera rápida de lo que sentimos, nos permite identificarlo e intentar hacerlo más objetivo para evitar los peligrosos vericuetos de un pensamiento atento a su subjetividad.
Una vez que pensamos no podemos dejar de hacerlo, pero sí podemos intentar pensar de una forma más emocional, que nos acerque al aquí y al ahora. No importa cuánto tiempo nos lleve, pues todo es lícito, y dado que emoción y consciencia son de gran valor adaptativo, conseguir una mayor integración entre ambas nos permitirá conseguir un profundo beneficio a la vez que nos acerca más al aquí y al ahora, más a la vida.