Pasas por una cena, por una reunión de trabajo, por un encuentro entre amigos y tomas conciencia de la cantidad de horas al día que vivimos de forma inconsciente.
Este vivir sin «viviendo» ha hecho que, muchas veces, nos hayamos dejado arrastrar por las cosas que «teníamos que» hacer o las que «debíamos hacer» dándole muy poco espacio a las que «queríamos» hacer, realmente.
A veces, son tantos los «tengo que» que si alguien nos pregunta «y ¿tú que quieres?», notas como el estómago se encoge y tu mirada deambula por la sala buscando «el gamusino» de la inspiración para responder pareciendo que «lo tienes claro», aunque acabes de darte cuenta que llevas mucho tiempo sin saber de ti, sin ahondar en ti.
Y, si tu interlocutor es de confianza, te relajas y sacas todos tus «es ques” que, como vedettes, salen a bailar tu frustración.
Si tu interlocutor no te brinda el espacio adecuado para sacar a esas vedettes, tu mente tira de todos los «porqués» de tu historia.
Y te quedas dándole vueltas… Comienzan a bombardearte esos mensajes que te abruman tanto: porque no eres lo que querías ser, porque no estás con la persona con que quieres estar, porque no vives donde quieres vivir, porque…
Y es que dentro de ti hay un artista o un músico o una bailarina o un escritor o un filósofo… y quieres vivir en la montaña o en el mar, o simplemente quieres cambiarte de trabajo, de sexo o de ciudad, quién sabe; realmente sólo puedes saberlo tú y todo es igual de válido si tú, realmente, lo quieres. ¿No crees? Todos los caminos son distintos aunque quieran llegar al mismo sitio.
Coges el vaso, le das el último trago y miras el reloj. Esa tarde el reloj no marca la hora del día, sino el tiempo que te queda en adelante para poner a trabajar a tu talento escondido. Siempre hay tiempo.